2 de julio de 2025
OCR

Crónica del Mundial 24H OCR por Antonio Rubio «Sons Of Workout»

El emeritense Antonio Rubio Sons Of Workout nos cuenta su experiencia en la prestigiosa carrera de obstaculos «World´s Toughest Mudder» celebrada este fin de semana en el castillo de Belvoir en Reino unido y en la que acabó 7º de su categoría y el Top20 general .

Sábado, 28 de junio. 11:59 de la mañana.

Estoy en el cajón de salida del Campeonato del Mundo de OCR 24 horas.

Mi objetivo estaba claro: superar las 75 millas (120 km), competir de tú a tú con los mejores del planeta… y aprender.

La carrera consiste en dar vueltas a un circuito de 8 km con 20 obstáculos por vuelta. Decido salir fuerte. La primera hora no tiene obstáculos, así que el plan es clavar al menos vuelta y media antes de que empiecen las primeras dificultades.

Pero hay algo que no controlo: el clima.

La previsión: temperaturas templadas, algo de lluvia… pero lo que me encuentro es un horno. Más de 30º y una humedad asfixiante.

Al terminar la tercera vuelta empiezo a notar los síntomas claros de un principio de deshidratación. Por suerte, reacciono a tiempo. Ajusto mi estrategia de hidratación, diseñada con AnfraNutrición, y consigo estabilizarme.

Aun así, las sensaciones son buenas. Sigo sumando vueltas sin problemas: 6 vueltas en 6 horas —48 km y 80 obstáculos superados.

Entonces, llega uno de los momentos más duros de toda la carrera. No es un obstáculo físico, es mental. Una piscina cubierta por tres vallas metálicas que dejan solo un hueco justo para respirar. Me tropiezo. Trago agua. Me hundo. Pierdo las gafas. Angustia total.

Pero salgo y sigo corriendo. La carrera no espera.

A mitad de la vuelta 9 cayó la noche. La temperatura no bajó en picado, pero el viento empezó a soplar con fuerza. La combinación de aire frío, el cuerpo empapado por los obstáculos de agua y el desgaste acumulado marcaba el inicio de la verdadera carrera. Por delante, unas siete horas de oscuridad hasta que saliera el sol. Y ahí, en ese tramo largo y silencioso, es donde todo empieza a ponerse serio.

Al terminar la vuelta 10 decidí hacer el primer —y único— cambio de ropa de toda la prueba: calcetines secos, camiseta nueva. Era solo una tregua momentánea a la humedad constante. Un intento de que el cuerpo recuperase algo de calor, aunque fuese por unos kilómetros… hasta que llegase el salto de fe.

Un salto de unos seis metros de altura a una piscina helada. Antes de caer, hay que impulsarse y tocar una campana colgada en el vacío para que el obstáculo cuente como superado. De día es hasta divertido. Te refresca. De noche… de noche es otra historia. Apenas ves la campana, no calculas igual, y cuando el cuerpo cae, lo hace sin defensa. El golpe del agua te corta la respiración y el frío se mete dentro, como un cuchillo. pero no hay tregua posible, hay que seguir. A estas alturas, te acostumbras a correr mojado, a tiritar unos minutos después de cada obstáculo de agua.

Quedaban cinco vueltas para lograr mi objetivo. En teoría, iba sobrado de tiempo. En la práctica, el cansancio empezaba a pesar como una losa. Las piernas respondían, pero más lentas. Más torpes. No sabía exactamente en qué posición iba, pero cada vez que cruzaba la meta el speaker decía mi nombre y la gente —aunque no me conocía— me animaba como si lo hiciera. Supongo que eso significaba que no iba mal.

Pero no todo iba rodado. Durante la noche perdí tres de los botes donde llevaba la hidratación: uno en un salto, otro al salir de una piscina, y otro… ni idea, simplemente desapareció. Cada botella que se iba era un pequeño golpe mental, una preocupación extra que sumaba. Y por si fuera poco, el cierre de la mochila donde llevaba parte del material se rompió justo antes de una de las vueltas clave. Tuve que improvisar en la zona de vida, usando el cordón que arranqué de unas mallas para sujetarla como pude. Puro modo supervivencia.

Decidí también coger el cortavientos y ponérmelo al salir de los obstáculos de agua. No iba a evitar el frío, pero al menos conseguiría reducirlo un poco.

A las 5 de la mañana empieza a amanecer. Es un punto de inflexión mental. Ya he pasado lo peor. He cruzado la noche, y no puedo decir que haya sido fácil… pero tampoco he sufrido tanto como imaginaba. Quedan dos vueltas largas. Casi nada. Pero las ampollas en los pies empiezan a arder como si cada paso fuese sobre brasas, y la cadera derecha da señales de fatiga seria. Empieza la parte más dolorosa… y más importante.

Conseguí cruzar la línea de meta. Lo había logrado. Las 75 millas estaban superadas. En realidad, fueron 128 km y medio. Una cifra que, semanas atrás, me parecía una locura. Ahora era real. Grabada en los pies, en la cadera, en cada gesto del cuerpo.

Pero lo más increíble vino después.

Había quedado 7º en mi categoría. En un mundial. Y no solo eso: 22º en la clasificación general. Ni en mis mejores previsiones me habría imaginado un resultado así. De hecho, todavía hoy me cuesta asimularlo.

Porque no se trataba solo de kilómetros, obstáculos o tiempos… Se trataba de descubrir hasta dónde podía llegar. Y resulta que el límite estaba más lejos de lo que pensaba.

La primera parada de «Vestial» ya es historia, quedan 8 semanas para recuperar y llegar a punto a intentar batir el récord de la OCR más larga de Europa. Una carrera en formato «backyard» de hasta 48h. 

Antonio Rubio Crespo – Atleta OCR

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